En el antiguo Barrio de
Guadalupe, cerca de la cantina de los milagros y en contra esquina de la tienda
de la güera, se encuentra un lugar
abierto como un corralón con pequeñas bodegas y amplio espacio para dejar los
carros en la noche, algo así como una pensión. Antes las bodegas funcionaban
como una pequeña central de abastos, pero como ahí era el viejo campo santo del
templo, empezaron a ver apariciones que en otra oportunidad contaremos; El
punto es que en esa pensión vivía y trabajaba Don Jacinto, un viejo señor de
esos muy corriosos que parecen que nunca se van a morir, su atuendo, pantalón
de mezclilla azul con más tierra que qué cosa, camisa manga corta desgastada
color azul, huaraches de suela de llanta y con un sombrero de paja para adornar.
Su semblante apacible, casi casi
inamovible, dejaba ver una persona tranquila y feliz, el cual caminaba con una
paciencia que parecía que era el dueño del tiempo.
Realmente
Don Jacinto a ciencia cierta nunca se le conoció una familia, es más creo que
siempre fue viejo y solitario, el único pasatiempo que se le conoce son
coleccionar y atender perros callejeros. Perros de todos los colores, tamaños y
edades; a todos los quería por igual, consideraba a los perros como su familia,
amigos y consejeros de vida.
Entre
los perros se encontraba “Romeo” un perro feo, pulgoso y flaco, pero don
Jacinto le había puesto así porque despertaba pasiones entre las perritas de la
cuadra, las famosísimas “yuri” y “la paloma”, que siempre que veían a Romeo
caminar, lanzaban tales aullidos que parecían lobos en luna llena.
Otro de
los perros que acompañaba a don Jacinto era el famosísimo “Balin”; un perro tan
negro que parecía una mancha de chapopote. La gran diversión del “Balin” era
correr por todos lados, eran tan rápido
que retaba a los camiones urbanos a una carrera de cuadra y media completa,
resultando normalmente ganador y auto premiándose con lanzarse a la fuente del Ángel
a la entrada del panteón.
De los
perros más queridos en la cuadra era el “chacho”, que era el típico perro
colpachero que parecía más una estopa vieja sucia a un perro de raza fina como
decían que era. Normalmente dormía todo el día y por ahí de las 6 de la tarde
se despertaba para dar una vuelta y saludar a las señoritas que platicaban con
sus novios afuera de sus casas. Muchas veces las muchachas lo utilizaban de
paño de lágrimas cuando un noviazgo no funcionaba y decían que tenía la
particularidad de calmar a las personas que le hablaban.
El
“Catrin” que era un perro negro con una mancha blanca en el pecho y el
“Padrino” el cual era un perro blanco con una mancha negra, eran los dos perros
gemelos que siempre estaban en competencia y que todo el día se la pasaban
peleándose por cualquier cosa y a cualquier hora. Una de las competencias más
emblemáticas entre estos dos caninos y que hasta el día de hoy se recuerdan, es
la competencia de atrapar palomas en el jardín de Guadalupe (solo las atrapaban
nunca les hicieron daño), pero aquella tarde de otoño el “Catrín” rompía la
marca de 32 Palomas sin interrupción.
No nos
podemos olvidar de “El Pachucho”, el único perro que tenía su propio asiento
para dormir, del cual adquirió de un
carro viejo y abandonado de la pensión. Era tan parrandero que en la cantina de
los milagros le tenían un plato donde le servían cerveza clara y cuando
escuchaba el mariachi le encantaba cantar.
Y por
último el “Sherif” un perro que le gustaba mantener el orden y le indicaba a
Don Jacinto a qué hora debía cerrar y abrir la pensión, así como si alguien le
llamaba o había algún peligro, era el típico perro mandón que nadie soportaba
pero sabían que era necesario en la camada para arreglar cualquier diferencia
entre los perros.
La vida
de Don Jacinto no podría ser más rica sin sus adorados perros y los perros no
podrían sentirse más afortunados sin su amo ya que como dice F. Salvochea “El
amor por los animales, eleva el nivel cultural del pueblo” y el amor de un
perro es el único en la tierra en la que el perro te amará más de lo que tú te
amas a ti mismo.