jueves, 2 de enero de 2014

El Perro de la calle Victoria

Cerca de la catedral, por la calle victoria específicamente en el numero 103, estaba en la ventana de una vieja casona antigua Willie, un perro con ojos de perro Doberman pero no era Doberman, con hocico de labrador, pero no era labrador y con cuerpo de viejo pastor Ingles, pero no era pastor Ingles, más bien era un pastor alemán.

            Willie disfrutaba las pequeñas grandes cosas que hacen los perros en casas viejas, comer comida normal que caía de la mesa de sus amos y no esas croquetas desabridas con mucha nutrición que dicen los veterinarios; Guacala !!, quisiera ver a los humanos probar esa comida peor que la de esclavos !!. También le gustaba caminar por el zaguán y ver las fotos viejas con marcos decorados con grecas y adornos de madera pintados de dorado, claro está que como él es un perro no distingue colores.

            Le encantaba acostarse en la orilla del sillón donde su ama escuchaba diariamente en una radio la estación de radiodifusión Estero Mendel “la voz e imagen del instituto Mendel”.

            Pero lo que más le gustaba hacer, era sentarse en la ventana que daba a la calle, un pedacito que sobresalía de la casa que especialmente alcanzaba las dimensiones del perro. Se sentaba tan quietecito que parecía un adorno de la casa y como no hacía ruido pues los transeúntes no les molestaba su presencia, aunque algunas veces uno que otro despistado sobresaltaba al pasar a un lado de Willie y este movía la cabeza o la cola.

            Peculiarmente salía a posarse a la misma hora, que en términos caninos son algo así como cuando los pájaros se reúnen de nueva cuenta en sus condominios de arboles del jardín central de la plaza principal y empiezan a chismearse de sus andares del día; para aquellos humanos que leen el cuento y para no excluirlos son a las 6:30 pm.

            Normalmente cuando escuchaba los primeros chismes de la tarde-noche donde se enteraba que las palomas del Guadalupe y los pájaros tordos del jardín de Zaragoza se volvieron a pelear por aquella gorrioncita pecho amarillo por decir uno de los tantos chismes bien conocidos por Willie, sabía que era momento de salir a su palco.

            En el momento que Willie se sentaba a admirar la vida de la calle, muchos de sus vecinos pájaros les gustaba bajar con él hasta su ventaba y le consultaban…

-Don Willie estamos artos que nos den migajas de pan en los jardines.-

A lo que Willie les respondía con una habilidad propia de un perro y claro del consejo del día que escuchaba en la radio, - San Agustín nos dice: Reza como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti, da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta.-

Los pájaros que lo visitaban siempre seguían sus palabras y lo consideraban como el maestro de la casa de las mil ventanas de los consejos de la armonía.

En fin, al posar la noche en la bella ciudad de Aguascalientes y los pájaros empezaban a dormitar lo siguiente que disfrutaba Willie era observar aquella parejita que caminaba tranquila por la calle cuando el ruido de la ciudad había cesado como una invitación al tiempo perfecto para el romance y la serenidad. También ver a la gente salir de sus trabajos algunos gustosos y otros no tantos de regresar a sus casas y convivir con sus familias, y escuchar las campanadas de la catedral invitando a los feligreses a las misas de cualquier índole.

Algo que le causaba mucha curiosidad era ver como pasaba el camión que limpiaba las calles y arrojaba más polvo del que tenía, dejando más sucio de lo que al principio estaba, él le llamaba la caja de arena de gato.
Y así Willie se deleitaba la pupila con su bella calle Victoria y su festival de algarabía citadina que tanto le divertía y lo hacía feliz.