Cerca de la catedral, por la
calle victoria específicamente en el numero 103, estaba en la ventana de una
vieja casona antigua Willie, un perro con ojos de perro Doberman pero no era
Doberman, con hocico de labrador, pero no era labrador y con cuerpo de viejo
pastor Ingles, pero no era pastor Ingles, más bien era un pastor alemán.
Willie
disfrutaba las pequeñas grandes cosas que hacen los perros en casas viejas,
comer comida normal que caía de la mesa de sus amos y no esas croquetas
desabridas con mucha nutrición que dicen los veterinarios; Guacala !!, quisiera
ver a los humanos probar esa comida peor que la de esclavos !!. También le
gustaba caminar por el zaguán y ver las fotos viejas con marcos decorados con
grecas y adornos de madera pintados de dorado, claro está que como él es un
perro no distingue colores.
Le
encantaba acostarse en la orilla del sillón donde su ama escuchaba diariamente
en una radio la estación de radiodifusión Estero Mendel “la voz e imagen del
instituto Mendel”.
Pero lo
que más le gustaba hacer, era sentarse en la ventana que daba a la calle, un pedacito
que sobresalía de la casa que especialmente alcanzaba las dimensiones del
perro. Se sentaba tan quietecito que parecía un adorno de la casa y como no
hacía ruido pues los transeúntes no les molestaba su presencia, aunque algunas
veces uno que otro despistado sobresaltaba al pasar a un lado de Willie y este
movía la cabeza o la cola.
Peculiarmente
salía a posarse a la misma hora, que en términos caninos son algo así como
cuando los pájaros se reúnen de nueva cuenta en sus condominios de arboles del
jardín central de la plaza principal y empiezan a chismearse de sus andares del
día; para aquellos humanos que leen el cuento y para no excluirlos son a las
6:30 pm.
Normalmente
cuando escuchaba los primeros chismes de la tarde-noche donde se enteraba que
las palomas del Guadalupe y los pájaros tordos del jardín de Zaragoza se
volvieron a pelear por aquella gorrioncita pecho amarillo por decir uno de los
tantos chismes bien conocidos por Willie, sabía que era momento de salir a su
palco.
En el momento
que Willie se sentaba a admirar la vida de la calle, muchos de sus vecinos pájaros
les gustaba bajar con él hasta su ventaba y le consultaban…
-Don Willie estamos artos que nos den migajas de pan en
los jardines.-
A lo que Willie les
respondía con una habilidad propia de un perro y claro del consejo del día que
escuchaba en la radio, - San Agustín nos dice: Reza como si todo dependiera de
Dios y trabaja como si todo dependiera de ti, da lo que tienes para que
merezcas recibir lo que te falta.-
Los pájaros que lo visitaban
siempre seguían sus palabras y lo consideraban como el maestro de la casa de
las mil ventanas de los consejos de la armonía.
En fin, al posar la noche en
la bella ciudad de Aguascalientes y los pájaros empezaban a dormitar lo siguiente
que disfrutaba Willie era observar aquella parejita que caminaba tranquila por
la calle cuando el ruido de la ciudad había cesado como una invitación al tiempo
perfecto para el romance y la serenidad. También ver a la gente salir de sus
trabajos algunos gustosos y otros no tantos de regresar a sus casas y convivir
con sus familias, y escuchar las campanadas de la catedral invitando a los
feligreses a las misas de cualquier índole.
Algo que le causaba mucha
curiosidad era ver como pasaba el camión que limpiaba las calles y arrojaba más
polvo del que tenía, dejando más sucio de lo que al principio estaba, él le
llamaba la caja de arena de gato.
Y así Willie se
deleitaba la pupila con su bella calle Victoria y su festival de algarabía
citadina que tanto le divertía y lo hacía feliz.